sábado, 4 de enero de 2014

De libros, escritores y travelos literarios



 
Bayswater Omnibus (1895), de George William Joy, obra en la que vemos a un hombre leyendo el periódico en el transporte público, costumbre que llega hasta nuestros días y que refleja el auge que estaba experimentando la lectura.
Un fenómeno importantísimo del siglo XIX y que hoy a menudo pasamos por alto, es el del considerable aumento de la lectura, que contribuyó, junto a la difusión de la prensa, al salto de la misma desde las élites a las clases medias, para las que se convirtió en afición, ávidos de hallar en los libros algo más que catequesis, un deseo que ya albergaban los lectores del siglo XVIII. Este proceso se consolidó en el siglo XIX gracias a nuevos vehículos literarios, como diccionarios y obras enciclopédicas ahora más divulgativas (a diferencia de las que se habían producido durante el XVIII), o la aparición de nuevas editoriales, como Hachette en Francia, que en busca de beneficios económicos, trataban al libro como un producto barato destinado a una amplia parte de la sociedad, y así trataron que fuera, haciendo, por ejemplo, que no hubiera que pagar derechos por las obras de autores clásicos, favoreciendo la recuperación de su lectura. Estas nuevas editoriales supieron también atender las nuevas necesidades de la época, abandonando los libros de lujo encuadernados y de gran formato hasta el punto de resultar incómodos. Los periódicos se unieron a estos intentos por hacer atractiva la lectura (bueno, por hacer atractiva su lectura, pero fomentando también así la lectura al fin y al cabo), empezando a incluir novelas por entregas, que se intentaban hacer más o menos ajustadas a las expectativas del lector, y que tan típicas se harían en la época, tanto románticas como realistas, que consiguieron cautivar a los lectores de la clase media, que esperaban con ansia el siguiente número. Las compensaciones económicas eran grandes, y muchos autores decidieron unirse también, como Zola o Eugène Sue, un famoso dandy que alcanzó gran popularidad.
Portada de la edición por entregas de Oliver Twist (Bradbury & Evans) de 1846, del célebre novelista decimonónico Charles Dickens



Retrato de Eugène Sue de Charles Emile Callande de Champmartin, fecha desconocida
En este movimiento tan frenético de la literatura, las mujeres no quisieron quedarse fuera del carro, y así encontramos a numerosas mujeres de la alta sociedad que recibían en sus salones a escritores (de éxito o no), a bohemios, y también a artistas, etc, en definitiva, lo más rebelde que se moviera por las calles. Pero muchas de ellas no pudieron conformarse simplemente con codearse con hombres de éxito dedicados a las artes, sino que sintieron la necesidad de dedicarse a ello personalmente, llegando algunas de ellas a lograr mantenerse por sí mismas gracias a lo que recaudaban con sus obras, en medio de un enorme escándalo social, como Jane Austen o George Sand, nacida Aurore Dupin, (1804-1876), que se estableció cómodamente en París desafiando todas las convenciones sociales, gracias a la fama y fortuna que le reportaban sus novelas, y que se tomó tan en serio su doble identidad que incluso se vestía a la moda masculina, aumentando así aún más el escándalo. Si bien es cierto que, como George Sand, la inmensa mayoría de estas decididas y talentosas mujeres optó por ocultar su condición femenina tras pseudónimos masculinos. También en Francia nos encontramos con Marie D'Agoult (1805-1876), mejor conocida por Daniel Stern, una mujer con una vida movidita, amante del virtuoso pianista Franz Listz, que le dio tres hijos, y a la cual dedicaron obras Berlioz, el más célebre compositor de óperas de la Francia del XIX, y Chopin, siendo retratada también por numerosos pintores (¡tenía una vida social activa la chica!).
Caricatura de George Sand de 1848 en la que aparece ataviada como un hombre, y en cuya leyenda inferior se dice al lector que esta extravagancia es señal de su genio.

Marie d'Agoult (1843), alias Daniel Stern, retrato de Henri Lehmann.

En Suecia, publicaba Ernst Alhgren, en realidad Victoria Benedicktsson (1850-1888), una autora realista y feminista con una vida sumamente desgraciada que la acabó empujando al suicidio, cuya corta vida fue no obstante suficiente para introducir en su país, a través de sus obras, el regionalismo.
En Gran Bretaña, hacían de las suyas las hermanas Brönte, Anne, Charlotte y Emily, novelistas y poetisas victorianas, que editaron juntas sus obras trágicas bajo la apariencia de los hermanos Bell, legándonos obras clásicas de la literatura como Jane Eyre (obra de Charlotte) y Cumbres Borrascosas (de Emily).
Las hermanas Brönte, Anne, Emily y Charlotte, retratadas por su hermano Branwell (1834)

Hasta en España tenemos nuestro propio travelo literario por voluntad propia, Fernán Caballero, en realidad Cecilia Böhl de Faber (1796-1879), hispanoalemana tres veces viuda, que publicaba lo mismo en español que en alemán, y que acogió a artistas y escritores en sus salones de Sevilla y de Australia. ¡Casi nada!

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