Hoy voy a dar pleno protagonismo al género femenino,
especialmente a un aspecto al que la gran mayoría de las mujeres damos mucha
importancia: LA MODA. El modo de
vestir ha sido un medio, a lo largo de toda la historia, para medir el
escalafón social al que pertenece una persona. También ha sido un reflejo de la
situación del momento: el país que llevase las riendas de Europa muchas veces era
el que marcaba la moda, o el principal lugar de foco artístico también lo era en
la vestimenta. Además, a partir de la
ropa podemos conocer la personalidad de una mujer: sí es de las que quieren que
se las mire cuando pasan, o al contrario, prefiere pasar inadvertida.
Voy a hacer un recorrido por los distintos trajes que fueron
tendencia en el siglo XIX. Para los
ejemplos voy a emplear los modelos que se realizaron en papel “kraft” para la exposición que se llevó a cabo
en el Centro Cultural Casa de Vacas del Parque del Buen Retiro de Madrid entre
septiembre y octubre del 2004, El papel
de la Moda: en ella se expusieron modelos de ropa desde el siglo VI, con
ejemplos de la moda bizantina de la Emperatriz Teodora, hasta el traje de
chaqueta de los años 60.
Desde 1800 hasta la
Guerra de la Independencia, Francia era la que llevaba las riendas de la moda. En
concreto en España, las mujeres, con la aristocracia al frente, sentían una
gran atracción por lo francés, si bien es cierto, que se harían una serie de
adaptaciones a las tradiciones españolas: al estilo Imperio francés, colores
pasteles, tules y gasas, se le incorporaron sobre los rasos y encajes,
volantes, pasamanerías, madroños, bordados y la mantilla en todas sus
variantes. Se trata de un estilo que armoniza entre lo aristócrata y lo
castizo, una línea en la que se inspirarán casi todos los modistas del siglo
XX.
Cuando Jacques-Louis David pintó la coronación de Napoleón,
Josefina propició la aparición del traje de corte francés, aunque totalmente
renovado, vestido recto de amplio escote y talle alto, esto dará origen al
término “talle imperio”. La cantidad de
capas se reduce a límites pocas veces visto: un ligero camisón que se
complementaba con el imprescindible echarpe, prenda que apoya sobre los hombros
y que se deja caer por delante. Con estos vestidos se busca resaltar una
silueta vertical con un marcado efecto clásico, pero a la vez buscando cierto orientalismo y
exotismo.
A partir de 1814 las mujeres comenzaron a mirar hacia los
ideales “románticos”, guiadas por las inglesas y francesas que buscaron la
recuperación idealizada de lo “isabelino”. Es una época caracterizada por la
sencillez de líneas de los vestidos, que, aunque el "talle imperio” y los
colores blancos siguieron predominando, se fue enriqueciendo progresivamente
con cintas, encajes y abullonados. Los complementos adquirieron un gran
protagonismo: sombreros, sombrillas, chales y zapato plano. Esta es la época
del dandismo que terminó en la extravagancia más absoluta.
Desde 1827 se comienza a experimentar un cambio en la
silueta femenina: se abandona el talle alto por una cintura más “natural”,
marcada por unos corsés que buscaban conseguir la envidiada “cintura de avispa”.
El efecto de estrechez en la cintura se aumentaba con faldas voluminosas y
ensanchando las mangas, que llegaron a niveles tan artificioso que se las llamó
“pata de cordero”. Por la noche el traje se escotaba de manera exagerada, cubriéndose
con capas. El conjunto se completaba con abanicos y con “limosneros”, pequeños
bolsitos.
El periodo entre 1850 y 1870 es la época de los valses y las
crinolinas, estructura ligera de aros de metal que servía para mantener las
faldas abiertas. Por primera vez un modisto, C.F. Worth, impuso las “normas del
gusto” a las clientas y no al contrario, creando la Alta Costura Moderna y
dando lugar a los primeros desfiles de moda que Worth realizaba en su
legendaria Maison de la Rue de la Paix, junto a la Ópera de París, donde exponía sus carísimas imposiciones.
De 1870 a 1890 la mujer tuvo que volver a aprender a
caminar, pues se pasó de la amplitud de las crinolinas a recoger todo el vuelo
hacia atrás, en una cascada de vuelos drapeados, cargados de pasamanería,
borlas y lazos. Este estilo llegó al extremo de emplear diversos tejidos para
un solo traje, lo que llevó a llamarlo “estilo tapicero”, por corresponderse
con la moda decorativa que utilizaba con profusión los tejidos para adornar los
interiores. Realmente, era una manifestación inconsciente del esplendor textil
que siguió a la Revolución Industrial.
En el fin de siglo la moda la marcará la reina Alejandra de
Inglaterra, esposa de Eduardo VII. Es una época de glamour, donde destacarán
las gargantillas de perlas, los larguísimos collares y los trajes blancos. Se buscará la silueta en “S”,
mundialmente famosa gracias a su imitación por la botella de Coca-Cola. Serán
los últimos años de las colas arrastradas, de los rigurosos corsés y de los
inmensos sombreros. Es el final de un modo de vida y de una manera de vestir
que la Gran Guerra se llevó para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario