Nacido en Marsella en el seno de
una familia pobre en 1808, Honoré Daumier se trasladó a Paris en el 1814, hecho
importante que marcara un antes y un después en su vida. La importancia de la
figura de Daumier, recae en que se le puede denominar como uno de los hijos de
la Revolución de Julio de 1830, siendo un perfecto artífice de la caricatura al
que no se le conoce rival.
Fue un gran observador, lo que le
permitió retener imágenes para reproducirla, teniendo además una gran habilidad
para el esbozo rápido. Combino la realización de sus primeras obras durante su
adolescencia con el trabajo diversos empleos incluyendo el ser asistente del
pintor y arqueólogo Alexandre Lenoir, de quien Daumier aprendió mucho.
En 1828 entro en La Academia, y
dos años más tarde, fue contratado como ilustrador en Silhouette. Después trabajo junto con G. Doré y J. Gérard para el
periódico Caricature, fundado por el
republicano Philipon. Fundamentalmente, se dedicó a la caricatura política
influida por sus ideales, lo que le provoco un encarcelamiento en 1833 por unas
litografías contra Luis Felipe, pero también realizo una labor como
caricaturista de costumbres.
Además tuvo una gran labor como
escultor modelando bustos de caricaturas políticas de personajes como Thiers, o
el mismo rey, de la que actualmente se ha hecho una reedición de bronce.
Al censurar y eliminar la revista
en la que trabajaba, Caricature, en
1835, inicio su colaboración con otra llamada Charivari, compaginando esto con sus publicaciones litográficas
creando tipos sociales como Robert Macarie, una personificación de “el arribista”.
Sus series más famosas son Les Papas, Les
Bons Bourgueois, Baigneurs, y Les Gens de Justice, que además de tener un trasfondo
satírico podemos ver en ello aspectos de ternura.
Fue de gran importancia su
amistad con E. Lami –caricaturista e ilustrador-; P. Gavarni, Baudelaire,
Millet, Rousseau, Daubigny y Corot, de las que se influencio mucho en ideales
políticos.
A pesar de ser un gran dibujante
y caricaturista, hizo algunas obras pictóricas en pequeños lienzos con un gran
contenido, un magnifico esbozo y cargados de claroscuros que podemos equiparar
en ocasiones a Rembrandt o Goya. Realmente, lo que caracteriza las pinturas de Daumier,
es la expresividad que transmite en obras como Crispin et Scapin (1860) inspirada en la obra de Molière. Es
interesante que la mayoría de sus obras estén inspiradas en las Fabulas de la Fontaine y en la pareja
formada por Don Quijote y Sancho.
Amenazado de ceguera en 1870,
lamentablemente, Daumier tuvo que abandonar su labor artística, pero este autor
intensamente romántico en sus pensamientos, dejó como legado su diseño, que ha
sido la base de gran parte del arte moderno, y su influencia en un sector de la
pintura expresionista.
Daumier, era un gran conocedor de
las diferentes clases sociales de su época, lo que sumado a su capacidad de
observación y su lucidez, dio como resultado obras como El vagón tercera clase (Le
Wagon de Troisiéme Classe). Actualmente ubicada en Suiza, en la colección
Oskar Reinhart en Winterthur, mide 23 x 33 y, como en toda su producción, el
autor deja constancia de su ideología política, reivindicando de una manera
única la dura vida de la clase baja en las ciudades.
A primer golpe de vista, el
espectador experimenta con esta obra una sensación de ternura que choca con la
elegancia del interior del tren –que le sirve como escenario social y fondo
para enmarcar la escena-. Realizada durante dos años desde 1862, esta obra es
plenamente un ejemplo de la concepción de igualdad del pueblo del autor, que se
refleja en ese aspecto grotesco de sus personajes, característica personal del
autor al ser también caricaturista. Podemos distinguir varios planos en la
pintura, en el cual el primer plano nos transmite varias emociones a la vez.
Ocupando el lugar central, un muchacho vencido por el agotamiento se ha
dormido, y junto a él, a su izquierda un hombre con su sombrero al lado medita
con un gesto de indolencia o resignación sobre su bastón. Totalmente distinto,
a su derecha, un hombre cargado de arrogancia con la vista puesta en un punto más
alto, nos indica su sentimiento de desprecio al tener que soportar la situación
que está sucediendo justo a su lado.
Con un trazo contundente,
dinámico, entre contraste entre luz y sombras, en el segundo plano, el resto de
personajes actúan de manera indiferente los unos con los otros. Un hombre junto
a la ventana, llevando un bombín, mira con un gesto de entusiasmo el paisaje,
al igual que la mujer que se encuentra frente a él, pero sin mantener contacto
entre ellos. Hay una mujer, ensimismada en sus pensamientos, y al fondo, un
anciano, ha sido derrotado por el cansancio y ha sucumbido al sueño, como el
muchacho del primer plano.
Lo más interesante de todo, es
que a pesar del paso del tiempo, siempre habrá artistas, escritores, y
reivindicadores de lo injusto de la sociedad, alguien que hable y exprese el
sentimiento frustrado de aquellos que están sometidos al poder de unos pocos y
no tienen voz cantante alguna. Daumier, como uno de los mejores caricaturistas,
plasmo y denuncio sus ideales políticos para que quedara constancia de lo
injusto de la sociedad y de la política, patrón que se seguirá repitiendo
durante toda la historia de la humanidad.
La fuente utilizada para esta
entrada, ha sido el tomo quince de la enciclopedia realizada por la Editorial
Salvat, de Historia del Arte, El realismo y el impresionismo, producida para El Pais.
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