Auto de fe de la Inquisición, Francisco de Goya, 1812-19, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Creo que no hay frase que resuma mejor el sentimiento
religioso y social de la España del siglo XIX -y de principios del XX- respecto
a la Iglesia Católica que ésta. La idea de abordar este tema me ha venido
mientras hojeaba un libro de Historia de España, donde he descubierto varias
imágenes que muestran dos visiones muy diferentes del catolicismo y sus
representantes en España durante la segunda mitad del XIX: una era solemne y
monumental, una pintura llena de fuerza y vigor de la fe católica; mientras la
otra es una sátira respecto a la enojosa afición de los jerarcas y ministros de
la Iglesia a inmiscuirse en los asuntos políticos y los avatares históricos
españoles.
Ambas son totalmente diferentes, pero a la vez muy
ilustradoras acerca de un aspecto capital en la historia y sociedad de una España
que era considerada baluarte del catolicismo en Europa, pero donde un día -esto por supuesto es una exageración- podía
haber procesión y Te Deum y al
siguiente matanza de religiosos o quema de conventos.
Antes de nada, hay que esbozar la personalidad de la Iglesia
en la España decimonónica, que puede abordarse como una institución
perseguidora del liberalismo a machamartillo, que ha sufrido los embates de los
intentos constitucionales y liberales operados desde las Cortes de Cádiz y que
ha visto su poderío económico considerablemente mermado debido a las
desamortizaciones de Godoy, José I, Mendizábal o Madoz.
Sin embargo, seguía contando con monopolio de la enseñanza
en España, con el favor de los poderosos -especialmente en la corte- y con los
presupuestos de Culto y Clero establecidos por la Constitución. Pero hay que
constatar que también entre el clero había diferencias políticas, ya que
mientras el alto clero (entiéndase Cardenales, Arzobispos, Obispos o Abades)
era favorable a las decisiones de la Monarquía de los Borbones; la masa de
curas, monjes y frailes se decantaba por avivar los rescoldos del Antiguo
Régimen representado por ideologías ultramontanas como el carlismo; todo lo
cual muestra que la imagen que ofrecía la Iglesia distaba de ser homogénea.
Frente a todo esto, la población de nuestro país también se
hallaba dividida, a veces en su fuero interno e individual: la monarquía, la
nobleza y la alta burguesía eran claros defensores del inmovilismo social y
moral, acogiendo en sus camarillas a altos eclesiásticos y sentándose con
algunos de ellos en las sesiones del Senado. Pero entre el pueblo llano se
reforzaba un sentimiento de inquina hacia el lujo y conservadurismo eclesial,
en el que veían la causa de los atrasos que acarreaba España y de su miseria y
miseria; un sentimiento legítimo pero que también era excesivamente alimentado
por las sátiras y propagandas de los grupos más exaltados del liberalismo y de
lo que empezaba a conocerse como movimientos
sociales, que calaban con particular profundidad en las regiones
industrializadas de España, como era el caso de Cataluña, una zona que, al
igual que la cornisa pirenaica y el levante, sufrió las consecuencias de las
Guerras Carlistas, donde buena parte del clero se posicionó contra el
aperturismo liberal promocionado por los Borbones y a favor del
restablecimiento del Antiguo Régimen que preconizaron los pretendientes
carlistas, desde Carlos V hasta Carlos VII.
Precisamente se hace referencia a este último en la imagen
satírica que apareció en la revista La
Flaca en 1869, donde aparece una oficina del Ministerio de Gracia y
Justicia, que aquí aparece como "de Gracia sin Justicia" puesto que el Ministro -entonces Manuel Ruiz
Zorrilla- otorga a manos llenas dinero proveniente de los Presupuestos para el
Culto y el Clero a los prelados que con total descaro lo transfieren a manos de
los soldados insurrectos que defienden la causa de Carlos VII; una imagen
cínicamente presidida por el rótulo sacado del refranero popular: "cría
cuervos y te sacarán los ojos", clara referencia a lo incoherente de la
actuación del gobierno de dar dinero a quienes lo van a usar para derrocarlo.
Pero si, como antes hemos dicho, Cataluña era un foco activo
de anticlericalismo (como luego se vería en 1909 durante la Semana Trágica de
Barcelona), no lo era menos Andalucía, tierra de grandes latifundios y lugar de
residencia de una enorme masa de un campesinado mísero, analfabeto y oprimido,
entre cuyas filas cundió rápidamente la consigna de oposición a las clases pudientes,
entre ellas el estrato clerical. Pero aquí se desencadena la paradoja, pues no
nos es ajeno que Andalucía, tanto entonces como ahora, es un pozo de devoción y
fervor religioso católico, donde la población se vuelca en procesiones y actos
religiosos que alcanzan altas cotas de piedad y religiosidad que algunos han
llegado a tachar de idolatría. Pero consideraciones aparte, es ésta la otra
cara de la moneda del catolicismo español: por mucha oposición que encuentre,
sigue contando con la fe de los humildes, deseosos de ver cambiada su suerte
pero también anclados en el inmemorial respeto por la doctrina católica y la
deferencia hacia la Iglesia, cimiento de sus vidas y articuladora de su
concepción de la existencia misma.
Esto es lo que ilustra esta monumental pintura de 1857
realizada por Manuel Cabral, La Procesión
del Corpus en Sevilla; donde aparece el inmenso y concurrido cortejo que
escolta a la enorme Custodia que sale de la Catedral a procesionar por las
calles de la capital hispalense, engalanada para lo ocasión con toldos, telas y
tapices, igual que lo estarían otras ciudades como Toledo. Asimismo, se
muestran en este cuadro todos los sectores de la población venerando la Sagrada
Forma a su paso por las calles: clero, nobleza, patriciado urbano, ejército, y
clases humildes se arrodillan empujados por un sentimiento común de piedad.
Dicho todo esto, solamente añadir que esta espada social de
doble filo, lejos de desaparecer a lo largo del siglo XIX, se agudizará durante
el XX con encontronazos, acercamientos y rechazos hacia la Iglesia durante la
II República, la Guerra Civil y a lo largo del franquismo. Y es que incluso aún
no están claras las ideas respecto al catolicismo en este país; pero sí que hay
que convenir en que la Iglesia, para bien o para mal, ha jugado un papel de
gran e incuestionable trascendencia en el devenir de la sociedad española
contemporánea.
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