miércoles, 27 de noviembre de 2013

Van los españoles detrás de los curas o con una vela o con una estaca…



Auto de fe de la Inquisición, Francisco de Goya, 1812-19, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

Creo que no hay frase que resuma mejor el sentimiento religioso y social de la España del siglo XIX -y de principios del XX- respecto a la Iglesia Católica que ésta. La idea de abordar este tema me ha venido mientras hojeaba un libro de Historia de España, donde he descubierto varias imágenes que muestran dos visiones muy diferentes del catolicismo y sus representantes en España durante la segunda mitad del XIX: una era solemne y monumental, una pintura llena de fuerza y vigor de la fe católica; mientras la otra es una sátira respecto a la enojosa afición de los jerarcas y ministros de la Iglesia a inmiscuirse en los asuntos políticos y los avatares históricos españoles.

Ambas son totalmente diferentes, pero a la vez muy ilustradoras acerca de un aspecto capital en la historia y sociedad de una España que era considerada baluarte del catolicismo en Europa, pero donde un día -esto por supuesto es una exageración- podía haber procesión y Te Deum y al siguiente matanza de religiosos o quema de conventos.

Antes de nada, hay que esbozar la personalidad de la Iglesia en la España decimonónica, que puede abordarse como una institución perseguidora del liberalismo a machamartillo, que ha sufrido los embates de los intentos constitucionales y liberales operados desde las Cortes de Cádiz y que ha visto su poderío económico considerablemente mermado debido a las desamortizaciones de Godoy, José I, Mendizábal o Madoz.

Sin embargo, seguía contando con monopolio de la enseñanza en España, con el favor de los poderosos -especialmente en la corte- y con los presupuestos de Culto y Clero establecidos por la Constitución. Pero hay que constatar que también entre el clero había diferencias políticas, ya que mientras el alto clero (entiéndase Cardenales, Arzobispos, Obispos o Abades) era favorable a las decisiones de la Monarquía de los Borbones; la masa de curas, monjes y frailes se decantaba por avivar los rescoldos del Antiguo Régimen representado por ideologías ultramontanas como el carlismo; todo lo cual muestra que la imagen que ofrecía la Iglesia distaba de ser homogénea.

Frente a todo esto, la población de nuestro país también se hallaba dividida, a veces en su fuero interno e individual: la monarquía, la nobleza y la alta burguesía eran claros defensores del inmovilismo social y moral, acogiendo en sus camarillas a altos eclesiásticos y sentándose con algunos de ellos en las sesiones del Senado. Pero entre el pueblo llano se reforzaba un sentimiento de inquina hacia el lujo y conservadurismo eclesial, en el que veían la causa de los atrasos que acarreaba España y de su miseria y miseria; un sentimiento legítimo pero que también era excesivamente alimentado por las sátiras y propagandas de los grupos más exaltados del liberalismo y de lo que empezaba a conocerse como movimientos sociales, que calaban con particular profundidad en las regiones industrializadas de España, como era el caso de Cataluña, una zona que, al igual que la cornisa pirenaica y el levante, sufrió las consecuencias de las Guerras Carlistas, donde buena parte del clero se posicionó contra el aperturismo liberal promocionado por los Borbones y a favor del restablecimiento del Antiguo Régimen que preconizaron los pretendientes carlistas, desde Carlos V hasta Carlos VII.





Precisamente se hace referencia a este último en la imagen satírica que apareció en la revista La Flaca en 1869, donde aparece una oficina del Ministerio de Gracia y Justicia, que aquí aparece como "de Gracia sin Justicia"  puesto que el Ministro -entonces Manuel Ruiz Zorrilla- otorga a manos llenas dinero proveniente de los Presupuestos para el Culto y el Clero a los prelados que con total descaro lo transfieren a manos de los soldados insurrectos que defienden la causa de Carlos VII; una imagen cínicamente presidida por el rótulo sacado del refranero popular: "cría cuervos y te sacarán los ojos", clara referencia a lo incoherente de la actuación del gobierno de dar dinero a quienes lo van a usar para derrocarlo.

Pero si, como antes hemos dicho, Cataluña era un foco activo de anticlericalismo (como luego se vería en 1909 durante la Semana Trágica de Barcelona), no lo era menos Andalucía, tierra de grandes latifundios y lugar de residencia de una enorme masa de un campesinado mísero, analfabeto y oprimido, entre cuyas filas cundió rápidamente la consigna de oposición a las clases pudientes, entre ellas el estrato clerical. Pero aquí se desencadena la paradoja, pues no nos es ajeno que Andalucía, tanto entonces como ahora, es un pozo de devoción y fervor religioso católico, donde la población se vuelca en procesiones y actos religiosos que alcanzan altas cotas de piedad y religiosidad que algunos han llegado a tachar de idolatría. Pero consideraciones aparte, es ésta la otra cara de la moneda del catolicismo español: por mucha oposición que encuentre, sigue contando con la fe de los humildes, deseosos de ver cambiada su suerte pero también anclados en el inmemorial respeto por la doctrina católica y la deferencia hacia la Iglesia, cimiento de sus vidas y articuladora de su concepción de la existencia misma.



Esto es lo que ilustra esta monumental pintura de 1857 realizada por Manuel Cabral, La Procesión del Corpus en Sevilla; donde aparece el inmenso y concurrido cortejo que escolta a la enorme Custodia que sale de la Catedral a procesionar por las calles de la capital hispalense, engalanada para lo ocasión con toldos, telas y tapices, igual que lo estarían otras ciudades como Toledo. Asimismo, se muestran en este cuadro todos los sectores de la población venerando la Sagrada Forma a su paso por las calles: clero, nobleza, patriciado urbano, ejército, y clases humildes se arrodillan empujados por un sentimiento común de piedad.

Dicho todo esto, solamente añadir que esta espada social de doble filo, lejos de desaparecer a lo largo del siglo XIX, se agudizará durante el XX con encontronazos, acercamientos y rechazos hacia la Iglesia durante la II República, la Guerra Civil y a lo largo del franquismo. Y es que incluso aún no están claras las ideas respecto al catolicismo en este país; pero sí que hay que convenir en que la Iglesia, para bien o para mal, ha jugado un papel de gran e incuestionable trascendencia en el devenir de la sociedad española contemporánea.

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