Como las tan ansiadas vacaciones de Navidad están cada vez
más cerca, parece adecuado dedicar unas líneas a tratar el cómo y el dónde del
desarrollo vacacional -aunque estival- de las clases más pudientes y acomodadas
del siglo XIX. Pero que aquí nadie me acuse de elitismo: si me centro en las
vacaciones de la nobleza o de la realeza no será por halago a estos grupos;
sino por el simple hecho de que entonces eran ellos los únicos que podían
permitirse irse a pasar días, semanas e incluso meses enteros en mansiones o
poblaciones enteras dedicadas al recreo y solaz de la flor y la nata de la
Europa decimonónica. A los más humildes generalmente sólo les restaban los
escasos días al año que, ya fuese por fiestas religiosas o de otra índole, les
permitían alejarse de la agotadora rutina que les imponían el campo, las minas
o las factorías.
La terraza de Sainte-Adresse, de Claude Monet, 1867
Hay que decir ante todo que para estos vacacionistas su
conciencia del descanso se limitaba a cambiar de aires, es decir, a dejar de
ver a unas personas para ver a otras, siempre claro está de su misma clase y
alcurnia. Es por eso que muchas familias de la alta sociedad elegían un lugar
fijo para ir anualmente de vacaciones, y allí formaban los mismo tipos de
círculos sociales y de veladas, paseos o visitas de cortesía que en su lugar de
residencia habitual. Asimismo, es preciso señalar que su descanso estival no
era nada fuera de lo normal: sólo era una de las etapas "normales" y
"lógicas" dentro de su particular orden anual. Todo esto queda
perfectamente ejemplificado en la serie británica Downton Abbey (que trata de
las vidas de los habitantes de la casa solariega de los ficticios Condes de
Grantham, tanto de la familia noble como del servicio que trabaja para ellos),
donde la anciana Condesa Viuda pregunta extrañada acerca del significado de la
expresión "fin de semana", pues para ella y los que son de su misma
clase, todos los días son los sábados y domingos de la gente más humilde.
En este siglo, la playa había entrado en escena como un
lugar recomendado para el descanso, y las aguas del mar, como remedio contra
dolores y enfermedades, por lo que ir a la costa empezó a competir seriamente
con los tradicionales balnearios termales del interior en los campos de la
salud y del turismo vacacional; pero también la costa estaba entrando en plena
fiebre constructiva, fabril y comercial, pues en plena Revolución Industrial,
con los transportes sufriendo una radical metamorfosis, el desplazamiento y el
comercio navales impulsaron la edificación de puertos, astilleros y de ciudades
enteras volcadas al trabajo en ellos.
Instantánea, Biarritz, de Joaquín Sorolla, 1902
Sin duda Inglaterra es el gran ejemplo de esta conjunción
turística e industrial en sus costas, con una alta sociedad enriquecida en la
propiedad de fábricas pero que se iba a la playa para "desconectar";
y lo mismo con la monarquía, que entonces estaba extendiendo sus dominios y
riquezas por Asia, especialmente en la India, de la cual recibirían la dignidad
imperial en 1857. Teniendo en cuenta estos factores creo que puede hacerse más
comprensible, aunque no por ello menos curioso, que en las costas meridionales
de Sussex, en la localidad de Brighton, el arquitecto John Nash (1725-1835)
construyese para el rey Jorge IV de Inglaterra un Pabellón Real sobre las bases de una antigua mansión de recreo en
1815, pero con el aspecto pleno de un palacio oriental, donde se combinasen
armónicamente elementos arquitectónicos hindúes, chinos e islámicos y de tipo
vegetal exótico.
Este monumental palacio aparece así como un perenne recuerdo
de la gloria trasatlántica del poder británico, que a principios del siglo XIX
estaba consolidando las bases de su Imperio; pero también hace pensar en un
recurso escapista que aleje al rey y a su familia de la rigidez europea de sus
otros palacios, como Windsor o Saint James, haciendo que se sumerjan en un
mundo misterioso y lejano, donde los sentidos primen sobre la razón.
Finalmente, hay que inscribir este edificio dentro de la novedosa corriente del
hierro y el cristal como material de construcción, con los cuales se podían
cerrar y cubrir vastos espacios de forma rápida, logrando soluciones elegantes
y airosas como ésta.
Dejando atrás las playas del Canal de la Mancha, tanto las
inglesas como las de Francia, había en esta última una ciudad que junto con
Cannes era miel para los oídos de cualquier aristócrata deseoso del sol y las
tranquilas playas del Mediterráneo: Niza. Ésta fue la gran ciudad turística de
los ricos desde mediados del siglo XIX hasta bien entrada la siguiente
centuria, cuando las playas se "democratizaron", principalmente
gracias a la política de las vacaciones pagadas que se inició en Francia en
1936 con los Acuerdos de Matignon, firmados entre el gobierno del Frente
Popular francés y los principales sindicatos galos:
Arriba, cartel propagandístico francés sobre las políticas sociales del gobierno del Frente Popular
Abajo, imagen satírica que muestra la indignación de la alta sociedad ante la "irrupción" de las clases medias en las playas: "no pensarás que me voy a meter en las mismas aguas que esos bolcheviques"
Así, en Niza se erigieron multitud de hoteles, palacios,
villas y establecimientos de ocio destinados a satisfacer las expectativas de
lujo exclusividad y esparcimiento de las élites del Viejo Continente durante la
Belle Époque; como lo refleja el
imponente hotel Excelsior Regina Palace, construido en el último cuarto del
siglo XIX bajo la dirección del arquitecto Marcel Sébastien Biasini. Se trata
de un edificio de grandes proporciones y que en su momento fue dotado de los
últimos elementos e innovaciones en confort y comodidad para sus huéspedes; no
en vano, la Reina Victoria de Reino Unido se había hospedado en él hasta en
tres ocasiones, y fue su anunciada visita a Niza la que había motivado levantar
este edificio decorado con cornisas, molduras y elementos de raigambre
oriental; mientras el interior contaba con modernos ascensores, calefacción
central y conducción de agua corriente en todas las habitaciones a lo largo de
los siete pisos -contando la planta principal y el ático- del hotel.
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