sábado, 14 de diciembre de 2013

Irse de vacaciones en el siglo XIX


Como las tan ansiadas vacaciones de Navidad están cada vez más cerca, parece adecuado dedicar unas líneas a tratar el cómo y el dónde del desarrollo vacacional -aunque estival- de las clases más pudientes y acomodadas del siglo XIX. Pero que aquí nadie me acuse de elitismo: si me centro en las vacaciones de la nobleza o de la realeza no será por halago a estos grupos; sino por el simple hecho de que entonces eran ellos los únicos que podían permitirse irse a pasar días, semanas e incluso meses enteros en mansiones o poblaciones enteras dedicadas al recreo y solaz de la flor y la nata de la Europa decimonónica. A los más humildes generalmente sólo les restaban los escasos días al año que, ya fuese por fiestas religiosas o de otra índole, les permitían alejarse de la agotadora rutina que les imponían el campo, las minas o las factorías.


La terraza de Sainte-Adresse, de Claude Monet, 1867

Hay que decir ante todo que para estos vacacionistas su conciencia del descanso se limitaba a cambiar de aires, es decir, a dejar de ver a unas personas para ver a otras, siempre claro está de su misma clase y alcurnia. Es por eso que muchas familias de la alta sociedad elegían un lugar fijo para ir anualmente de vacaciones, y allí formaban los mismo tipos de círculos sociales y de veladas, paseos o visitas de cortesía que en su lugar de residencia habitual. Asimismo, es preciso señalar que su descanso estival no era nada fuera de lo normal: sólo era una de las etapas "normales" y "lógicas" dentro de su particular orden anual. Todo esto queda perfectamente ejemplificado en la serie británica Downton Abbey (que trata de las vidas de los habitantes de la casa solariega de los ficticios Condes de Grantham, tanto de la familia noble como del servicio que trabaja para ellos), donde la anciana Condesa Viuda pregunta extrañada acerca del significado de la expresión "fin de semana", pues para ella y los que son de su misma clase, todos los días son los sábados y domingos de la gente más humilde.


En este siglo, la playa había entrado en escena como un lugar recomendado para el descanso, y las aguas del mar, como remedio contra dolores y enfermedades, por lo que ir a la costa empezó a competir seriamente con los tradicionales balnearios termales del interior en los campos de la salud y del turismo vacacional; pero también la costa estaba entrando en plena fiebre constructiva, fabril y comercial, pues en plena Revolución Industrial, con los transportes sufriendo una radical metamorfosis, el desplazamiento y el comercio navales impulsaron la edificación de puertos, astilleros y de ciudades enteras volcadas al trabajo en ellos. 

 Instantánea, Biarritz, de Joaquín Sorolla, 1902

Sin duda Inglaterra es el gran ejemplo de esta conjunción turística e industrial en sus costas, con una alta sociedad enriquecida en la propiedad de fábricas pero que se iba a la playa para "desconectar"; y lo mismo con la monarquía, que entonces estaba extendiendo sus dominios y riquezas por Asia, especialmente en la India, de la cual recibirían la dignidad imperial en 1857. Teniendo en cuenta estos factores creo que puede hacerse más comprensible, aunque no por ello menos curioso, que en las costas meridionales de Sussex, en la localidad de Brighton, el arquitecto John Nash (1725-1835) construyese para el rey Jorge IV de Inglaterra un Pabellón Real sobre las bases de una antigua mansión de recreo en 1815, pero con el aspecto pleno de un palacio oriental, donde se combinasen armónicamente elementos arquitectónicos hindúes, chinos e islámicos y de tipo vegetal exótico.




Este monumental palacio aparece así como un perenne recuerdo de la gloria trasatlántica del poder británico, que a principios del siglo XIX estaba consolidando las bases de su Imperio; pero también hace pensar en un recurso escapista que aleje al rey y a su familia de la rigidez europea de sus otros palacios, como Windsor o Saint James, haciendo que se sumerjan en un mundo misterioso y lejano, donde los sentidos primen sobre la razón. Finalmente, hay que inscribir este edificio dentro de la novedosa corriente del hierro y el cristal como material de construcción, con los cuales se podían cerrar y cubrir vastos espacios de forma rápida, logrando soluciones elegantes y airosas como ésta.


Dejando atrás las playas del Canal de la Mancha, tanto las inglesas como las de Francia, había en esta última una ciudad que junto con Cannes era miel para los oídos de cualquier aristócrata deseoso del sol y las tranquilas playas del Mediterráneo: Niza. Ésta fue la gran ciudad turística de los ricos desde mediados del siglo XIX hasta bien entrada la siguiente centuria, cuando las playas se "democratizaron", principalmente gracias a la política de las vacaciones pagadas que se inició en Francia en 1936 con los Acuerdos de Matignon, firmados entre el gobierno del Frente Popular francés y los principales sindicatos galos:


Arriba, cartel propagandístico francés sobre las políticas sociales del gobierno del Frente Popular
Abajo, imagen satírica que  muestra la indignación de la alta sociedad ante la "irrupción" de las clases medias en las playas: "no pensarás que me voy a meter en las mismas aguas que esos bolcheviques"


Así, en Niza se erigieron multitud de hoteles, palacios, villas y establecimientos de ocio destinados a satisfacer las expectativas de lujo exclusividad y esparcimiento de las élites del Viejo Continente durante la Belle Époque; como lo refleja el imponente hotel Excelsior Regina Palace, construido en el último cuarto del siglo XIX bajo la dirección del arquitecto Marcel Sébastien Biasini. Se trata de un edificio de grandes proporciones y que en su momento fue dotado de los últimos elementos e innovaciones en confort y comodidad para sus huéspedes; no en vano, la Reina Victoria de Reino Unido se había hospedado en él hasta en tres ocasiones, y fue su anunciada visita a Niza la que había motivado levantar este edificio decorado con cornisas, molduras y elementos de raigambre oriental; mientras el interior contaba con modernos ascensores, calefacción central y conducción de agua corriente en todas las habitaciones a lo largo de los siete pisos -contando la planta principal y el ático- del hotel. 


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