sábado, 28 de diciembre de 2013

Avec plaisir!





El París del siglo XIX, el ombligo del mundo moderno, la gran capital del arte y la cultura, el centro de la bohemia de la belle époque…en un lugar con semejantes cualidades tenía que ser imposible aburrirse, y así era efectivamente. Fueras rico o pobre, París tenía algo para tí, y aunque es cierto que la diversión de los pobres era bastante menos glamurosa, ¡también hay que decir que poseía mucho más encanto! Porque la verdad es que para mí asistir a La bohème no tiene nada que envidiar a estar en un café inmersa en una acalorada discusión con Monet y Renoir sobre arte.
Así pues, empecemos por el principio, o sea, por el entretenimiento de los bajos fondos, esos donde se respiraba la bohemia en estado puro, que se restringía básicamente a los cafés, incluidos los recién aparecidos cafés-conciertos (que si bien no eran monopolio de las clases bajas, sí eran sus principales lugares de diversión), auténticos centros de la vida pública parisina, que tanto cautivaron a los impresionistas y que se convirtieron también en los centros de reunión de la intelectualidad de la época, como hemos dejado caer antes, como tal es el caso del café Guerbois, en Batignolles, donde se reunían para debatir sobre arte y literatura artistas como los ya mencionados Monet y Renoir, Manet o Degas, y escritores como Baudelaire y Zola, mudándose todos ellos posteriormente al café Nouvelle-Athènes, en la plaza Pigalle.

                           Cerillero publicitario de la Exposición Universal de París de 1889
                                                              al modo de los de la época.


   
Le Petit Journal, periódico habitual en cualquiera de  los cafés parisinos de la época de los tantos que podían encontrarse.
                 

Cucharas de la época para mezclar el popularísimo absenta, la bebida por excelencia del París de la belle époque, con agua.
  El absenta (1875-1879), de Degas , donde podemos ver a la  artista popular Ellen Andrée junto a periódicos y un cerillero.

















Demos ahora un salto y pasemos al París con “cachet”, que si bien también se dejaba caer de vez en cuando por ese otro París bohemio (no me extraña...¡demasiado irresistible!), se movía en un ambiente burgués, ajeno a cualquier penuria, la crème de la crème parisina, y que ocupaba su tiempo libre con toda clase de actividades, de las cuales las más populares eran, sin lugar a dudas, las carreras de caballos y los teatros.
Las carreras de caballos eran el deporte y también el espectáculo de moda entre la alta sociedad de la ciudad, importadas desde Inglaterra durante la década de 1830, cuya popularidad quedó materializada en la construcción del hipódromo de Longchamp, en el Bois de Boulogne, a las afueras de la ciudad.

El desfile (h. 1866-1868), de Degas, refleja los momentos previos al inicio de la carrera.



  Las carreras en Longchamp (1864), de Manet, pintura genial que capta toda la 
         emoción de la carrera.


Pero en el París más elegante no sólo había tiempo para carreras de caballos, sino también para otro tipo de actividades, que de paso cultivaran la mente y deleitaran el alma, aunque solamente fuera por un rato, de manera que, durante la década de 1870, París fue la capital europea del teatro (¡lo cual no quiere decir que no fueran al teatro antes claro!), el lugar escogido para las veladas nocturnas, ya fuera asistiendo a un teatro o a una buena ópera. 




Los binoculares eran esenciales para poder ver las representaciones, y de paso servían para poder cotillear al resto de los asistentes.










Los abanicos además de prácticos eran un complemento de moda.




Los espectadores se colocaban en palcos carísimos, a la altura de la ocasión, pues eran un lugar de exhibición pública, especialmente para las mujeres, hasta el punto de que los hombres solían colocarse habitualmente detrás de éstas para que se las pudiera contemplar en todo su esplendor...



Hablando de palcos, no podía faltar el cuadro más famoso jamás realizado sobre este tema, este  El palco (1874), de Renoir, donde vemos a la elegante dama armada con binoculares y abanico, y como  no, colocada delante de su pareja.
                                                
                                                          


En el palco (1879), de la pintora estadounidense Mary Cassatt, afincada en París.


  








 La orquesta de la Ópera (1868-69), de Degas, espléndido cuadro
en el que vemos al tipo de orquesta  que acompañaba las representaciones.







 Mujer en un palco (1879), de Mary Cassatt, en el que apreciamos lo elegantes que acudían las damas al teatro.















Y con esto finalizamos nuestro rapidísimo recorrido por los divertimentos más sonados de la sociedad parisina del siglo XIX; esperamos que os haya gustado y hasta dado un poco de envidia, pero sobre todo, que lo hayáis disfrutado...¡aunque seguro que no más que ellos!


martes, 17 de diciembre de 2013

París, ciudad de excesos


Montmartre, barrio bohemio donde los haya, está ubicado en una colina de la ciudad de París que permite que sea visto desde cualquier punto de la ciudad, coronado con su maravilloso Sacre Coeur. Este lugar, presente en películas míticas y prácticamente de culto como Amélie o Moulin Rouge, nos traslada al mundo del cabaret, a las tertulias de escritores y pintores, prostitución, absenta...Pero antes, sorprendentemente, no era así, considerado como periferia era un lugar donde oraban monjas piadosas y los hombres se dedicaban al cultivo de la vid. Si no se hubiese producido lo que sucedió tal vez hoy no sería uno de los lugares más turísticos de París.
Sacre Coeur y su famoso tiovivo

En el siglo XIX la situación cambió y se creó el famoso Montmartre que hoy es conocido. Cuando el pianista y compositor Frédéric Chopin pisó París en 1831 llegó a la conclusión que París era una ciudad despreocupada y dijo: << aquí encuentras un gran lujo y, al mismo tiempo, la mayor inmundicia, ruido, grito, peleas y suciedad…más de lo que puedes imaginar. En París desapareces de la vista y eso es conveniente, porque nadie está interesado en la vida que llevas. Te puedes divertir, te puede reír, puedes disfrutar de todas las cosas y nadie te mira mal, porque aquí todos hacen lo que les place. >> Cuarenta años después a estas palabras, Montmartre se había convertido en el centro de la vida disoluta de París, abundaban los mendigos, las prostitutas y los traficantes de  drogas. Además, se convirtió en el barrio de los artistas, fue aquí donde se reunieron los impresionistas, Monet, Renoir, Berthe Morisot, escritores como Zola; distintos tipos de personas que representaban un nuevo modo de vida que no era bien visto en el aristocrático París de la orilla del Sena.

El cabaret es uno de los fenómenos más famosos de Montmartre y su gran éxito está relacionado con dos figuras clave: Aristide Bruant y Toulouse-Lautrec. El poeta Aristide Bruant nació en 1851 y tras haber dejado el colegio a los 17 años por problemas económicos empezó a trabajar como orfebre y en el ferrocarril, donde conoció muy de cerca la mala vida. Estas experiencias le proporcionaron material para las canciones que escribía y cantaba y que le convirtieron en uno de los primeros chansonniers franceses.

Place Blanche y el Moulin Rouge , Antoine Blanchard
Amante de la música y del ambiente de Montmartre fundó su propio cabaret y aquí, en 1866, aparece en escena Henri de Toulouse-Lautrec, un joven pintor procedente de la aristocracia que a sus veintidós años quedó fascinado de Montmartre. Estos dos personajes entablaron una profunda relación, Lautrec ilustraba las canciones que el poeta publicaba, pero fundamentalmente se convirtió en el principal cronista de la vida nocturna de París, reflejando la imagen que hoy ha llegado a nosotros.

Primer cartel de Lautrec, 1891
Pintaba en burdeles, bares, en salones de baile y en cabarés. El público llegó a conocer a Toulouse-Lautrec a través de sus carteles, el primero de los cuales vendió al Moulin Rouge. Es Toulouse Lautrec autor de uno de los carteles más famosos del mundo: Les Ambrassadeurs, realizado en ocasión de un espectáculo que iba a celebrar Bruant en un café del centro de la ciudad. El director escénico quedó anonadado al ver el cartel y lo tachó de barato y de << desagradable mancha >>;  no obstante, Bruant se negó en redondo a actuar en el café si no se exponía el cartel…un cartel que hoy es conocido por todos y que hoy me vale como excusa para haber hablado del lujurioso y atractivo Montmartre.
Ambassadeurs, 1892

sábado, 14 de diciembre de 2013

Irse de vacaciones en el siglo XIX


Como las tan ansiadas vacaciones de Navidad están cada vez más cerca, parece adecuado dedicar unas líneas a tratar el cómo y el dónde del desarrollo vacacional -aunque estival- de las clases más pudientes y acomodadas del siglo XIX. Pero que aquí nadie me acuse de elitismo: si me centro en las vacaciones de la nobleza o de la realeza no será por halago a estos grupos; sino por el simple hecho de que entonces eran ellos los únicos que podían permitirse irse a pasar días, semanas e incluso meses enteros en mansiones o poblaciones enteras dedicadas al recreo y solaz de la flor y la nata de la Europa decimonónica. A los más humildes generalmente sólo les restaban los escasos días al año que, ya fuese por fiestas religiosas o de otra índole, les permitían alejarse de la agotadora rutina que les imponían el campo, las minas o las factorías.


La terraza de Sainte-Adresse, de Claude Monet, 1867

Hay que decir ante todo que para estos vacacionistas su conciencia del descanso se limitaba a cambiar de aires, es decir, a dejar de ver a unas personas para ver a otras, siempre claro está de su misma clase y alcurnia. Es por eso que muchas familias de la alta sociedad elegían un lugar fijo para ir anualmente de vacaciones, y allí formaban los mismo tipos de círculos sociales y de veladas, paseos o visitas de cortesía que en su lugar de residencia habitual. Asimismo, es preciso señalar que su descanso estival no era nada fuera de lo normal: sólo era una de las etapas "normales" y "lógicas" dentro de su particular orden anual. Todo esto queda perfectamente ejemplificado en la serie británica Downton Abbey (que trata de las vidas de los habitantes de la casa solariega de los ficticios Condes de Grantham, tanto de la familia noble como del servicio que trabaja para ellos), donde la anciana Condesa Viuda pregunta extrañada acerca del significado de la expresión "fin de semana", pues para ella y los que son de su misma clase, todos los días son los sábados y domingos de la gente más humilde.


En este siglo, la playa había entrado en escena como un lugar recomendado para el descanso, y las aguas del mar, como remedio contra dolores y enfermedades, por lo que ir a la costa empezó a competir seriamente con los tradicionales balnearios termales del interior en los campos de la salud y del turismo vacacional; pero también la costa estaba entrando en plena fiebre constructiva, fabril y comercial, pues en plena Revolución Industrial, con los transportes sufriendo una radical metamorfosis, el desplazamiento y el comercio navales impulsaron la edificación de puertos, astilleros y de ciudades enteras volcadas al trabajo en ellos. 

 Instantánea, Biarritz, de Joaquín Sorolla, 1902

Sin duda Inglaterra es el gran ejemplo de esta conjunción turística e industrial en sus costas, con una alta sociedad enriquecida en la propiedad de fábricas pero que se iba a la playa para "desconectar"; y lo mismo con la monarquía, que entonces estaba extendiendo sus dominios y riquezas por Asia, especialmente en la India, de la cual recibirían la dignidad imperial en 1857. Teniendo en cuenta estos factores creo que puede hacerse más comprensible, aunque no por ello menos curioso, que en las costas meridionales de Sussex, en la localidad de Brighton, el arquitecto John Nash (1725-1835) construyese para el rey Jorge IV de Inglaterra un Pabellón Real sobre las bases de una antigua mansión de recreo en 1815, pero con el aspecto pleno de un palacio oriental, donde se combinasen armónicamente elementos arquitectónicos hindúes, chinos e islámicos y de tipo vegetal exótico.




Este monumental palacio aparece así como un perenne recuerdo de la gloria trasatlántica del poder británico, que a principios del siglo XIX estaba consolidando las bases de su Imperio; pero también hace pensar en un recurso escapista que aleje al rey y a su familia de la rigidez europea de sus otros palacios, como Windsor o Saint James, haciendo que se sumerjan en un mundo misterioso y lejano, donde los sentidos primen sobre la razón. Finalmente, hay que inscribir este edificio dentro de la novedosa corriente del hierro y el cristal como material de construcción, con los cuales se podían cerrar y cubrir vastos espacios de forma rápida, logrando soluciones elegantes y airosas como ésta.


Dejando atrás las playas del Canal de la Mancha, tanto las inglesas como las de Francia, había en esta última una ciudad que junto con Cannes era miel para los oídos de cualquier aristócrata deseoso del sol y las tranquilas playas del Mediterráneo: Niza. Ésta fue la gran ciudad turística de los ricos desde mediados del siglo XIX hasta bien entrada la siguiente centuria, cuando las playas se "democratizaron", principalmente gracias a la política de las vacaciones pagadas que se inició en Francia en 1936 con los Acuerdos de Matignon, firmados entre el gobierno del Frente Popular francés y los principales sindicatos galos:


Arriba, cartel propagandístico francés sobre las políticas sociales del gobierno del Frente Popular
Abajo, imagen satírica que  muestra la indignación de la alta sociedad ante la "irrupción" de las clases medias en las playas: "no pensarás que me voy a meter en las mismas aguas que esos bolcheviques"


Así, en Niza se erigieron multitud de hoteles, palacios, villas y establecimientos de ocio destinados a satisfacer las expectativas de lujo exclusividad y esparcimiento de las élites del Viejo Continente durante la Belle Époque; como lo refleja el imponente hotel Excelsior Regina Palace, construido en el último cuarto del siglo XIX bajo la dirección del arquitecto Marcel Sébastien Biasini. Se trata de un edificio de grandes proporciones y que en su momento fue dotado de los últimos elementos e innovaciones en confort y comodidad para sus huéspedes; no en vano, la Reina Victoria de Reino Unido se había hospedado en él hasta en tres ocasiones, y fue su anunciada visita a Niza la que había motivado levantar este edificio decorado con cornisas, molduras y elementos de raigambre oriental; mientras el interior contaba con modernos ascensores, calefacción central y conducción de agua corriente en todas las habitaciones a lo largo de los siete pisos -contando la planta principal y el ático- del hotel. 


sábado, 7 de diciembre de 2013

La música en el siglo XIX.


El arte, como reflejo más puro de las pasiones del ser humano, se puede transformar en muchas cosas. En una pintura, un edificio, una escultura, un poema, un libro o una melodía. El siglo XIX, el siglo de las grandes revoluciones, marcado en gran parte por el movimiento Romántico, deja aflorar todas estas pasiones y sentimientos de una manera significativa. Durante esta etapa, la música se puede dividir en tres géneros: la Gran Música dirigida a público burgués y culto, el Canto Coral como instrumento moralizador de las clases medias, y la Zarzuela, expresión absoluta de las clases populares urbanas.


La Gran Música y los valores burgueses
 
La música participa del contexto histórico en el que se enmarca, siendo en este caso el movimiento Romántico, exaltador de las pasiones más fervientes del ser humano, reivindicando su propio ser. Además, es en este momento cuando se consolidan las tendencias socialistas utópicas, revolucionarias, y  anticlericales que están al servicio del propio arte, siendo al mismo tiempo, revolución y tradición. La idea principal de la Gran Música, es la libertad, que rechaza constantemente los valores del Antiguo Régimen y representa a la clase burguesa. Así, la música tendría que expresar las intensas emociones por medio del instrumental, de larga duración que exaltaban el individualismo del solista “Héroe-Solista” que pretendía romper con el sistema de valores tradicional, frente a la orquesta, símbolo de la masa.
En las ciudades europeas más importantes se crean Conservatorios e institucionaliza la musicología. Se producen además, grandes adelantos tecnológicos a la hora de realizar los instrumentos, que permitió una mejor sonoridad de los mismos. Las "obras de carácter", que representan sentimientos como el amor, la furia, la y el gusto por el exotismo. Como ejemplos, destacan los Réquiems, Oratorios y las grandes obras orquestales como las Danzas Macabras. Autores como Wagner, cuyo mensaje es la superación y el progreso del individuo cuyos ideales se basan en la libertad y en la justicia. Las representaciones de las grandes obras de arte arquitectónico, nos las presentan con autores como Franz Liszt, con Années de Pélerinage, o Schumann con  Dichterliebe, sobre textos de Heinrich Heine.

El Canto Coral, moralizador social.

En el desarrollo de una ciudad que está muy industrializada, surgen conflictos sociales continuamente. Aquí, el Canto Coral jugo un papel importante difundiendo las ideas utópicas de la sociedad, como podía ser en Cataluña, la Renaixença, crenado una nueva conciencia nacional catalana. El Canto Coral se ajusta a un concepto denominado "seny": el justo medio, que cumplió su labor, atraer al colectivo trabajador hacia sus ideas. Aquí, hay un personaje fundamental, Josep Anselm Clavé, líder de este movimiento que contaba con el apoyo del colectivo intelectual catalán, también participio en la creación sociedades corales en Cataluña, dando lugar a una verdadera eclosión de estas sociedades en toda España, cuyo objetivo residía en atraer al sector trabajador, y moralizarles con el respeto a las leyes y al progreso del arte. Clavé editó, asimismo, El Libro del Obrero y publicaciones periódicas como El Metrónomo, publicado desde 1863 hasta mediados de 1864.




La Zarzuela.
La Zarzuela siempre ha ido  dirigida básicamente a las clases populares madrileñas. Siempre ha sido la perfecta combinación de diversión y critica de ideologías políticas, siendo reflejo del pensamiento de las clases más sencillas. La mayoría de las zarzuelas, expresan las costumbres de la época, ambientadas en el contexto urbano, casi siempre en el Madrid de la época. El apogeo de la zarzuela se produce en las postrimerías del siglo XIX, coincidente con una conciencia obrera que derivo en el escepticismo y la inseguridad. Marcado este momento, por la república, las guerras carlistas y el turnismo de partidos, con el caciquismo, hizo que la zarzuela fuera reflejo de esta situación política cambiante, representando el “costumbrismo”.
En Madrid, había once teatros destinados a cultivar este género, y autores como Tomas Breton y Francisco Asenjo Barbieri, miembros de la Real Academia de Bellas Artes y profesores del Conservatorio de Madrid. En estas obras, se denuncia la situación política de una manera divertida y se pueden entreleer itinerarios de la calles de Madrid, o ver, incluso las maneras de vestir de los ciudadanos, como En el Barberillo de Lavapiés, de Barbieri y La verbena de la Paloma, de Bretón.

 

Federico Chueca y Joaquín Valverde enfocan la Zarzuela de una manera algo distinta, incidiendo en la reforma urbana, de Madrid, que no fue aprobado hasta 1888, en obras como La Gran Vía. Aquí se denuncia el lamentable estado del centro de la ciudad, la actitud de los políticos y lo deficientes que eran los “policías” de la época.
El éxito de la zarzuela reside en la conexión que hay entre la obra artística y el espectador, al representar temas sociales que preocupaban a la sociedad del tiempo. El atractivo residía en representar esto de manera jocosa.

Con esto, hemos echo un repaso general por la musica del siglo XIX, y de que manera representaba la sociedad del siglo.